¿No te has
preguntado nunca de dónde viene tu malestar? ¿Y de donde viene también tu bienestar? ¿No te has preguntado nunca porque siempre estamos oscilando de
alegría en tristeza y rara vez estamos tranquilos, neutros, disfrutando del
momento presente? ¿No te parece que la vida nos pasa por encima sin que
nosotros decidamos casi nada? Sufrimos o disfrutamos las consecuencias pero no
podemos controlar el origen, muchas veces desconocido, de nuestros estados de
ánimo. ¿No te parece que todo sería más armónico si pudiéramos vivir más
presentes y más cerca de nuestro sentido y significado? Todo lo que hacemos,
pensamos o sentimos tiene alguna razón de ser. ¿No te has preguntado nunca cuál
es esa razón de ser? ¿Y cuál ha sido tu respuesta? ¿Has depositado tu razón de
ser en los otros, en los eventos que pasan fuera de ti, en tus deseos o en tus
sueños? ¿Y sabes porque lo haces? Seguramente crees que tus alegrías y tus
tristezas siempre están relacionadas con lo que pasa fuera de ti y que tú vives
como espectador. ¿Y no has encontrado muchas veces frustrado porque los
acontecimientos externos y las personas que los protagonizan han cogido
dinámicas y actitudes que tú no entiendes y que te generan malestar? ¿Qué haces
en estos casos? ¿Te deprimes? ¿Te contrarías? ¿Das la culpa a los demás de que
la cosa no ha ido como tú querías? ¿O haces una reflexión interna de lo que los
acontecimientos te han podido mostrar?
La verdad es
que existir en este mundo en un estado de sincronía interna con lo que
espontáneamente deberíamos hacer no es nada fácil. Normalmente funcionamos
activados por unas creencias, por unas sensaciones y por unas emociones que ya
nos vienen dadas por nuestro aprendizaje y por la herencia de nuestro linaje
genético. Tomar perspectiva y distancia sobre todo este chorro de impulsos
desbocados que nos viene encima es un trabajo muy difícil y que pocas veces
somos capaces de afrontar. Quizás cuando recibimos una sacudida fuerte que nos
pone ante un estado de crisis, bien material o emocional, la muerte de alguien,
un accidente, un desastre económico, entonces miramos hacia nuestro interior,
somos capaces de recluirnos para tocar el fondo de lo que realmente somos. Y en
este estado de sensibilidad interna sentimos que formamos parte de algo mucho
más vasto y extenso que nosotros y que somos como una hoja movida por un viento
desconocido. Y muchas veces lloramos, lloramos de fondo, de tristeza infinita.
Pero en este llanto encontramos una nueva perspectiva. Es como si hubiéramos
hecho limpieza de alguna falsa pista que estábamos siguiendo sin ánimo, sin
conciencia. Y despertamos por un momento y dialogamos con aquella parte de
nosotros que normalmente está adormecida, aquella parte que nos conecta a una
realidad más trascendente, a nuestro propio sentido. ¿Y que hacemos de esa
sensación de realidad huidiza? ¿La trabajamos, lo enfocamos en nuestro vivir
cotidiano? ¿O nos volvemos a sumergir en la rutina implacable de nuestros
impulsos inconscientes y de los " inputs " que nuestro entorno nos
bombardea?
La verdad es
que no está claro, ni está escrito, ni nadie nos lo enseña: ¿que somos los
seres humanos? , ¿Qué hacemos aquí en la Tierra, para qué servimos, cuál es
nuestra función, porque nacemos y morimos? No quiero decir que diferentes
religiones y filosofías no hayan intentado a lo largo de la historia dar
respuesta a estas cuestiones. Pero, más allá de aquellos eruditos filósofos y de los sacerdotes de la religión, la gran parte de la población, que somos tú y yo
y aquel y el otro, no percibimos que nos lleguen por parte de ningún medio
informativo aquellas noticias que podrían apaciguar la falta de sentido que,
valga la redundancia, sentimos en nuestras vidas. Y los que nos falta es poder
resonar con explicaciones de lo que somos que no sean patrimonio de unas élites
estudiosas, sino en el lenguaje y la simplicidad en la que vivimos la mayoría
de nosotros. Y explicaciones que no sean abstractas, que nos sean útiles en
cada momento de nuestra vida. Explicaciones de alguna forma de vivir que,
respetando el hecho de que somos seres sociales y que subsistimos en
colaboración con otras personas semejantes a nosotros, nos ayuden a aprender a
estimar la singularidad de cada uno, nos dé una razón de ser individual , y que
no nos culpabilice de ocuparnos de nosotros mismos .
Esta
explicación, este mostrar lo que somos y ayudar a encontrar el sentido de la
vida y la muerte, hoy en día no está ya en manos de los filósofos ni de los
religiosos. Está en manos de la propia sociedad civil, de los propios
individuos que ya sentimos que tenemos que coger la responsabilidad directa de
nuestras vidas. Y esto supone un cambio substancial muy profundo, una mutación
de nuestro propio estado de conciencia. Y por tanto nos hemos de acercar con
respeto, sin prisas, mirando con ojo desnudo lo que ocurre, sin prejuicios y
sin juicios, también, mirando y escuchando la realidad como si acabáramos de
llegar, en el presente más interno de las cosas. Este mismo estado es el que
nos está pidiendo la grave crisis humana que está sufriendo el mundo. Esto no es
sólo un problema económico que se puede arreglar en cuatro días y que después
todo vuelva a ser como antes. Debemos ser capaces de mirar de frente lo que nos
está pasando. La crisis que está afectando directamente al tener físico y
material quizás nos está indicando que debemos tomar conciencia de nuestra
realidad emocional , racional y afectiva , aquellos elementos en nosotros que
son metafísicos e inmateriales pero que tanta y tanta presencia tienen en
nuestro cotidiano , en el sentimiento interno de bienestar o malestar que
tenemos con nosotros mismos , en la serenidad o desconcierto que podamos sentir
en nuestro planteamiento de vida , en la cantidad y calidad del amor con el que
nos vivimos . Todo esto existe, no lo podemos negar. Ya no estamos en la época
de las cavernas en la que nuestros antepasados estaban
totalmente prisioneros de una batalla brutal por la supervivencia y donde su
vida física era omnipresente y casi única. El estado del humano hoy en día, a
pesar de las dificultades y las esclavitudes que todavía hay, está
inmersa en una gran red de comunicación emocional y éste está siendo el motor
de la sociedad. ¿Y estas redes emocionales, no son expresión de nuestra
vertiente más metafísica? Y somos como niños, que aún no sabemos cómo manejar
este nuevo lenguaje. Y la realidad social nos está rodeando de nuevos
paradigmas que aún no hemos inventariado. Y en esta vorágine de información,
de bits que nos atraviesan el corazón y la mente, no hemos encontrado la
estabilidad que, seguramente, nuestros bisabuelos habían disfrutado, a pesar de
las dificultades, en un mundo donde los parámetros eran pocos y conocidos. ¿Como
gestionamos pues nuestro presente? ¿Nos hemos parado a observarlo para
comprenderlo y dar tiempo a nuestro interior a encontrar unos mecanismos de
relación armónicos? Cuando un viejo paradigma se muere no se puede encarar el
nuevo con los mismos encajes psicológicos y emocionales. Hay que pararse a
reflexionar, bajar al origen y al concepto de las cosas , intentar comprender
la nueva página del programa , para tener la acción adecuada . Y entender qué
está pasando, porque nos encontramos sobrepasados por los acontecimientos, y tomar conciencia de qué cambios
debemos tener en nuestra manera de vivir la vida.
Porque, en mi
opinión, ahora se trata de eso: de cómo cambiar unos parámetros de percepción y
de conducta hacia la realidad propia y del entorno que está enseñando muestras
evidentes de agotamiento aunque, por desgracia, mucha gente no lo quiera ver.
Aunque seguimos huyendo adelante pretendiendo estar siempre distraídos de lo que
en realidad sucede. Es evidente que la mayoría de las veces funcionamos de
forma muy egoísta, actitud propia y natural quizás los niños hasta tres años,
pero que en los adultos tiene unas consecuencias muy desequilibrantes, a la
larga, para uno mismo y para el entorno. Actuamos egoístamente agarrándonos a
nuestras propiedades, sean grandes o pequeñas, a nuestros deseos e ilusiones, -
independientemente de que estos supongan un derroche de energías y de recursos naturales y sociales- , en definitiva, a nuestro personaje, a lo que creemos que somos, al
que rendimos todas nuestras fuerzas . Esta actitud nos bloquea y nos encuadra
en un enfoque que tiende a enquistarnos, hasta el punto que el único sentido de
nuestra vida acaba siendo lo que queremos, que nos creemos que tenemos y que de
ninguna manera queremos perder.
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