martes, 3 de diciembre de 2013

Como nos vivimos

¿No te has preguntado nunca de dónde viene tu malestar? ¿Y de donde viene también tu bienestar? ¿No te has preguntado nunca porque siempre estamos oscilando de alegría en tristeza y rara vez estamos tranquilos, neutros, disfrutando del momento presente? ¿No te parece que la vida nos pasa por encima sin que nosotros decidamos casi nada? Sufrimos o disfrutamos las consecuencias pero no podemos controlar el origen, muchas veces desconocido, de nuestros estados de ánimo. ¿No te parece que todo sería más armónico si pudiéramos vivir más presentes y más cerca de nuestro sentido y significado? Todo lo que hacemos, pensamos o sentimos tiene alguna razón de ser. ¿No te has preguntado nunca cuál es esa razón de ser? ¿Y cuál ha sido tu respuesta? ¿Has depositado tu razón de ser en los otros, en los eventos que pasan fuera de ti, en tus deseos o en tus sueños? ¿Y sabes porque lo haces? Seguramente crees que tus alegrías y tus tristezas siempre están relacionadas con lo que pasa fuera de ti y que tú vives como espectador. ¿Y no has encontrado muchas veces frustrado porque los acontecimientos externos y las personas que los protagonizan han cogido dinámicas y actitudes que tú no entiendes y que te generan malestar? ¿Qué haces en estos casos? ¿Te deprimes? ¿Te contrarías? ¿Das la culpa a los demás de que la cosa no ha ido como tú querías? ¿O haces una reflexión interna de lo que los acontecimientos te han podido mostrar?
La verdad es que existir en este mundo en un estado de sincronía interna con lo que espontáneamente deberíamos hacer no es nada fácil. Normalmente funcionamos activados por unas creencias, por unas sensaciones y por unas emociones que ya nos vienen dadas por nuestro aprendizaje y por la herencia de nuestro linaje genético. Tomar perspectiva y distancia sobre todo este chorro de impulsos desbocados que nos viene encima es un trabajo muy difícil y que pocas veces somos capaces de afrontar. Quizás cuando recibimos una sacudida fuerte que nos pone ante un estado de crisis, bien material o emocional, la muerte de alguien, un accidente, un desastre económico, entonces miramos hacia nuestro interior, somos capaces de recluirnos para tocar el fondo de lo que realmente somos. Y en este estado de sensibilidad interna sentimos que formamos parte de algo mucho más vasto y extenso que nosotros y que somos como una hoja movida por un viento desconocido. Y muchas veces lloramos, lloramos de fondo, de tristeza infinita. Pero en este llanto encontramos una nueva perspectiva. Es como si hubiéramos hecho limpieza de alguna falsa pista que estábamos siguiendo sin ánimo, sin conciencia. Y despertamos por un momento y dialogamos con aquella parte de nosotros que normalmente está adormecida, aquella parte que nos conecta a una realidad más trascendente, a nuestro propio sentido. ¿Y que hacemos de esa sensación de realidad huidiza? ¿La trabajamos, lo enfocamos en nuestro vivir cotidiano? ¿O nos volvemos a sumergir en la rutina implacable de nuestros impulsos inconscientes y de los " inputs " que nuestro entorno nos bombardea?
La verdad es que no está claro, ni está escrito, ni nadie nos lo enseña: ¿que somos los seres humanos? , ¿Qué hacemos aquí en la Tierra, para qué servimos, cuál es nuestra función, porque nacemos y morimos? No quiero decir que diferentes religiones y filosofías no hayan intentado a lo largo de la historia dar respuesta a estas cuestiones. Pero, más allá de aquellos eruditos filósofos y de los sacerdotes de la religión, la gran parte de la población, que somos tú y yo y aquel y el otro, no percibimos que nos lleguen por parte de ningún medio informativo aquellas noticias que podrían apaciguar la falta de sentido que, valga la redundancia, sentimos en nuestras vidas. Y los que nos falta es poder resonar con explicaciones de lo que somos que no sean patrimonio de unas élites estudiosas, sino en el lenguaje y la simplicidad en la que vivimos la mayoría de nosotros. Y explicaciones que no sean abstractas, que nos sean útiles en cada momento de nuestra vida. Explicaciones de alguna forma de vivir que, respetando el hecho de que somos seres sociales y que subsistimos en colaboración con otras personas semejantes a nosotros, nos ayuden a aprender a estimar la singularidad de cada uno, nos dé una razón de ser individual , y que no nos culpabilice de ocuparnos de nosotros mismos .
Esta explicación, este mostrar lo que somos y ayudar a encontrar el sentido de la vida y la muerte, hoy en día no está ya en manos de los filósofos ni de los religiosos. Está en manos de la propia sociedad civil, de los propios individuos que ya sentimos que tenemos que coger la responsabilidad directa de nuestras vidas. Y esto supone un cambio substancial muy profundo, una mutación de nuestro propio estado de conciencia. Y por tanto nos hemos de acercar con respeto, sin prisas, mirando con ojo desnudo lo que ocurre, sin prejuicios y sin juicios, también, mirando y escuchando la realidad como si acabáramos de llegar, en el presente más interno de las cosas. Este mismo estado es el que nos está pidiendo la grave crisis humana que está sufriendo el mundo. Esto no es sólo un problema económico que se puede arreglar en cuatro días y que después todo vuelva a ser como antes. Debemos ser capaces de mirar de frente lo que nos está pasando. La crisis que está afectando directamente al tener físico y material quizás nos está indicando que debemos tomar conciencia de nuestra realidad emocional , racional y afectiva , aquellos elementos en nosotros que son metafísicos e inmateriales pero que tanta y tanta presencia tienen en nuestro cotidiano , en el sentimiento interno de bienestar o malestar que tenemos con nosotros mismos , en la serenidad o desconcierto que podamos sentir en nuestro planteamiento de vida , en la cantidad y calidad del amor con el que nos vivimos . Todo esto existe, no lo podemos negar. Ya no estamos en la época de las cavernas en la que nuestros antepasados ​​estaban totalmente prisioneros de una batalla brutal por la supervivencia y donde su vida física era omnipresente y casi única. El estado del humano hoy en día, a pesar de las dificultades y las esclavitudes que todavía hay, está inmersa en una gran red de comunicación emocional y éste está siendo el motor de la sociedad. ¿Y estas redes emocionales, no son expresión de nuestra vertiente más metafísica? Y somos como niños, que aún no sabemos cómo manejar este nuevo lenguaje. Y la realidad social nos está rodeando de nuevos paradigmas que aún no hemos inventariado. Y en esta vorágine de información, de bits que nos atraviesan el corazón y la mente, no hemos encontrado la estabilidad que, seguramente, nuestros bisabuelos habían disfrutado, a pesar de las dificultades, en un mundo donde los parámetros eran pocos y conocidos. ¿Como gestionamos pues nuestro presente? ¿Nos hemos parado a observarlo para comprenderlo y dar tiempo a nuestro interior a encontrar unos mecanismos de relación armónicos? Cuando un viejo paradigma se muere no se puede encarar el nuevo con los mismos encajes psicológicos y emocionales. Hay que pararse a reflexionar, bajar al origen y al concepto de las cosas , intentar comprender la nueva página del programa , para tener la acción adecuada . Y entender qué está pasando, porque nos encontramos sobrepasados ​​por los acontecimientos, y tomar conciencia de qué cambios debemos tener en nuestra manera de vivir la vida.

Porque, en mi opinión, ahora se trata de eso: de cómo cambiar unos parámetros de percepción y de conducta hacia la realidad propia y del entorno que está enseñando muestras evidentes de agotamiento aunque, por desgracia, mucha gente no lo quiera ver. Aunque seguimos huyendo adelante pretendiendo estar siempre distraídos de lo que en realidad sucede. Es evidente que la mayoría de las veces funcionamos de forma muy egoísta, actitud propia y natural quizás los niños hasta tres años, pero que en los adultos tiene unas consecuencias muy desequilibrantes, a la larga, para uno mismo y para el entorno. Actuamos egoístamente agarrándonos a nuestras propiedades, sean grandes o pequeñas, a nuestros deseos e ilusiones, - independientemente de que estos supongan un derroche de energías y de recursos naturales y sociales- , en definitiva, a nuestro personaje, a lo que creemos que somos, al que rendimos todas nuestras fuerzas . Esta actitud nos bloquea y nos encuadra en un enfoque que tiende a enquistarnos, hasta el punto que el único sentido de nuestra vida acaba siendo lo que queremos, que nos creemos que tenemos y que de ninguna manera queremos perder.

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